Fue la serie más esperada del año pasado, por su presupuesto faraónico y lo especial de su temática. La más controvertida de todas las series de Amazon, y, seguramente, la que contó con una comunidad de fans enfadados incluso antes de haber visto la serie.
Demasiadas tramas secundarias
Cualquier guionista experimentado sabe que una historia tiene un escollo mortal en el que es mejor no sumergirse. Multiplicar los personajes también significa correr el riesgo de sofocar su hilo rojo y sus desafíos en una palada de misiones secundarias. Los videojuegos en mundos abiertos suelen ser criticados por alargar artificialmente su vida útil con múltiples tareas e historias paralelas a riesgo de perder la inversión del jugador (que es lo que más aporta a la experiencia de una obra). Es exactamente el mismo reproche que se le podría hacer a la primera temporada de Anillos de Poder.
En lugar de conectar orgánicamente diferentes hilos de la historia, manteniendo solo lo esencial para desechar todo lo secundario, la serie se enreda en una pléyade de diálogos discutibles (siempre con el mismo sistema de plano-contraplano) y algunos de ellos demasiado explícitos. Toda la información debe es discutida, y se muestra cada paso de cada gráfico. La puesta en escena pocas veces ayuda y el ritmo general de cada episodio hace que la serie sufra las consecuencias. Y al final, a falta de épica, las escenas de lucha o la fantasía se ven reducidas proporcionalmente, para dejar sólo lo artificial bajo las capas de lo superfluo.
Demasiados personajes
Paradójicamente, donde la Casa del Dragón ha buscado depurar al máximo su número de protagonistas, Anillos de Poder se ha inspirado en el legado de Juego de Tronos, como si la fantasía requiriera necesariamente de decenas de personajes para dar sustancia a su universo. Como resultado, además de pasar del gallo al burro con la vaga promesa de ver enlazadas las diversas intrigas, la serie está demasiado ocupada con sus principales eventos como para poder desarrollar su elenco.
Se podría decir que este problema es bastante sintomático del estado de las series actuales (como ha sido el caso de Stranger Things entre otras), pero Anillos de Poder se destaca como el ejemplo terminal de escritura serial que marca el ritmo. Se esforzaron tanto que a veces era complicado llegar a entender el sentido.
Por ejemplo, si bien Galadriel nos introduce en el universo de la Segunda Edad y su odio hacia Sauron, su viaje psicológico evoluciona poco durante la trama. Se esforzaron en convertirla en un ícono fascinante, eternamente insatisfecha, ante la evolución inevitablemente desastrosa de la Tierra Media.
Faltan desafíos
Cuando tienes tantos personajes con los que lidiar en una temporada que también es una prueba de fuego, debes apostar por ellos y crear una apariencia de hilo común. En este punto, Los anillos de Poder adolece de una falsa buena idea: utilizar la ausencia de Sauron y la expectativa de su regreso como principal zanahoria para los espectadores. No sólo el «¿dónde está Sauron?» sirve para alimentar las teorías humeantes de Twitter y los giros decepcionantes en el episodio final, sino que también genera una amenaza tangible muy pequeña. Es por eso que algunos signos antagónicos como Adar están destinados a compensar esa limitación.
Además, Anillos de Poder ha tenido un problema de escritura tan sistémico que se volvió en algunas ocasiones, involuntariamente, en algo hilarante. Tan pronto como un aparente conflicto surge, o que un problema parece permitir que uno de sus personajes evolucione, la serie lo estropea en la siguiente escena. Galadriel es sin duda la protagonista más afectada por estas carencias, aunque su arco narrativo es ultra simple: ¿cómo la guerrera intrépida e impaciente se acaba convirtiendo en un dechado de sabiduría como vemos en El Señor de los Anillos?
Extrañas adaptaciones
Esto es un problema más propio de la esencia de lo que es Anillos, es decir, una adaptación de un fragmento de una mitología amplísima, de un fenómeno de la cultura pop del siglo XXI, y de un tesoro literario reconocido y casi indiscutible. Sí, eso es mucho. Demasiadas incluso, y necesariamente, elecciones, cortes y modificaciones. En definitiva, hay que hacer adaptaciones para transponer (y no replicar) la historia de Tolkien de un medio a otro. Todo esto es, por supuesto, es comprensible.
Menos lo es la naturaleza de las elecciones realizadas por Amazon, cuya dirección e interés son difíciles de entender, y en ocasiones simplemente aberrantes. Han añadido aún más dificultad y complejidad donde la sencillez debería haber sido estricta. Ya hemos hablado de la abundancia de personajes inventados inútiles, pero tomemos el mithril, por ejemplo: ¿Cuál era la necesidad de aplicarle tal importancia y darle propiedades vitales absolutamente cruciales?
¿Dónde quedan la épica y el lirismo?
Ciertamente, cualquier adaptación no debe compararse con sus predecesoras. Excepto que dado el impacto inconmensurable de la trilogía de Peter Jackson y las referencias comunes (en particular, las obras de John Howe). O, simplemente, porque llevar los textos de Tolkien a la pantalla fue una proeza que solo el neozelandés supo realizar de forma más o menos correcta, imposible no trazar un paralelismo a nivel de la puesta en escena entre los dos planteamientos.
Y es que, desde el primer episodio, la sentencia cayó como una losa. Para ya empezar con mala pie, los guionistas abordan uno de los episodios bélicos más monumentales de toda la mitología, y lo reducen a unos pocos planos. Estos planos que en absoluto alcanzan el poder evocador del Señor de los Anillos, o incluso, sin ofender a sus detractores, a la trilogía de El Hobbit.